martes, 8 de noviembre de 2016

Infancia Moderna



El concepto de infancia 


Es definida como "la edad del niño desde su nacimiento hasta la pubertad" y como "primer estado de una cosa". 

Por su parte, la palabra niñez, entendida como el periodo de la vida comprendido entre el nacimiento y la adolescencia, fue transmitida de generación en generación y se fusiono en el imaginario social de los últimos siglos a la idea de pureza, ingenuidad e inocencia. Estos valores fueron tiñendo el sentimiento de los adultos y cristalizaron la niñez en esa imagen (Giberti, 1997). Por su parte, esta naturalización e idealización permitió ocultar o silenciar los delitos, los desbordes y las injusticias que sufrieron mucho niños.
por eso es importante, ala hora de estudiar cuestiones ligadas a los niños, redefinir el concepto de niños para evitar los riesgos que entraña naturalizar y esencializar su conceptualizacion. 



SURGIMIENTO DEL “SENTIMIENTO DE LA INFANCIA” 




Si bien en la actualidad el término niñez resulta casi emblemático, la actual manera de concebir al niño no existió desde siempre (Giberti, 1997). Es Philipe Ariès (1960), historiador europeo, quien aporta uno de los estudios históricos más importantes, aunque también controvertido por haberse ceñido en su estudio a una limitada parte de la sociedad francesa carente de representatividad proveniente de hogares instruidos (Tucker, 1980), sobre el tema. En gran medida la infancia, tal como se la concibe en la actualidad, es algo inventado en los últimos trescientos años (Ariès, 1960). Antes, apenas podía distinguirse un adulto de un niño. El “sentimiento de la infancia” que surgió en el siglo XVIII e influyó en el actual sentimiento de la infancia, constituye el emergente de una profunda transformación de las creencias y de las estructuras mentales (Ariès, 1992). Surgimiento que coincide con las prácticas sociales capitalistas y los modelos hegemónicos de la burguesía y las elites europeas y que se hace extensivo a las clases populares un siglo más tarde (Shorter, 1977). También, ligado a la aparición de la familia moderna, reducida a los padres e hijos, la cual surgió progresivamente desde las ciudades del siglo XV, sostenida por una particular concepción del mundo, del tiempo y de las cuestiones cotidianas. Entre los siglos XV y XVIII se transitaría, según Ariès (1960; 1987), desde un sentimiento medieval de la infancia hasta un sentimiento actual y plantea que la sociedad medieval no percibió la diferencia entre el mundo de los niños y el de los adultos y, por ello, los niños eran considerados como adultos pequeños o adultos en potencia (Tucker, 1980). 

LA INFANCIA EN LA EDAD MEDIA 



 A lo largo de la Edad Media dominó en Europa Occidental una conciencia naturalista de la vida y del paso del tiempo. Cada uno de los miembros del grupo familiar dependía de los demás, y cumplir con la función de procrear era una responsabilidad en tanto era el vínculo entre el pasado y el futuro (Ariès y Duby, 1992). Tanto la vida como la muerte eran momentos naturales y esperables: “se salía de la tierra por la concepción y se volvía a ella por la muerte” (Ariès y Duby, 1992, p. 311). De las costumbres de la época, se trasluce entonces, una estructura circular de un ciclo vital y la idea de una gran familia de vivos y muertos. En este inmenso colectivo, el individuo sólo disponía de su cuerpo en la medida en que no contraría a los intereses de la familia. La prioridad se dirigía al destino colectivo del linaje. Dentro de ello, el niño era concebido como un vástago del tronco comunitario, y en tanto tal pertenecía a sus padres tanto como al linaje. En este sentido, era “un niño público” (Ariès y Duby, 1992, p. 313). Desde su nacimiento, los ámbitos público y privado se hallaban entrelazados. Venía al mundo en un lugar privado pero con la ayuda de parientes y vecinas. Sus primeros pasos y el rito del bautismo eran también momentos fundantes en la socialización del niño. La primera infancia era la época de los aprendizajes de la casa, del pueblo, del juego, de las relaciones con los otros niños, a través de los cuales se internalizaban las reglas de pertenencia a una comunidad y las cosas de la vida cotidiana (Ariès y Duby, 1992). Ya a los siete u ocho años los varones, acompañaban a su padre al trabajo en el campo, y las niñas se quedaban con su madre y otras mujeres, aprendiendo el lugar y el rol de la mujer. Existía poca intimidad, poco espacio para lo “privado” y lo “íntimo”, pero se fomentaba y se acrecentaba en cambio, la sensación de pertenencia a una gran familia.

LA INFANCIA EN LA MODERNIDAD 

 A raíz de los profundos cambios sociales y económicos producidos hacia fines del siglo XVI, en los medios más acomodados de las nacientes ciudades de la Europa Occidental, aparece indicios de una nueva relación con el niño. Tres cambios fundamentales, al menos, evidencian el surgimiento del sentimiento de la infancia, estudiados en aquellas sociedades: En primer lugar, surgió como valor la voluntad de preservar la vida del niño; voluntad que fue en aumento en el transcurso del siglo XVII. “Librar a un niño de la enfermedad y de la muerte prematura, repeler la desgracia intentando curarlo: ésta es en adelante la meta de los padres angustiados” (Ariès y Duby, 1992, p. 316). Locke (1695), convertido durante el siglo XVIII en un clásico de la pedagogía europea, señala la importancia de los cuidados de los padres para conservar y aumentar la salud de sus hijos o, “cuando menos, para hacer que tengan una constitución que no sea propensa a enfermedades” (p. 2). El cuerpo, entonces, gana autonomía, se separa del cuerpo colectivo, y en tanto cuerpo individual y perecedero, es preciso cuidarlo y librarlo del sufrimiento. Con esto, el linaje se resquebraja a favor de la individualidad y dentro de este escenario, el hijo pequeño será cuidado y mimado en tanto ocupa un lugar diferente en la sociedad: lo que quieren por sí mismo y no porque supone un eslabón más en el linaje. Numerosas obras escritas en esa época convocan a los padres a nuevos sentimientos, especialmente a la madre al amor maternal (Badinter, 1991). En segundo término, el hecho de que muchas madres, sobre todo las de familias más acomodadas, dan a sus hijos a criar por un ama ajena a la familia, que revela que posibilidad de la mujer de elegir qué hacer con su tiempo, ya que no sólo tiene deberes, sino también tiene el derecho a vivir y a sentir placer; postura ésta, fuertemente criticada por médicos y letrados moralistas en tanto aleja a la mujer de la función productora y la reduce al simple papel de reproductora. Y, en tercer lugar, la aparición de las nuevas estructuras educativas, rápidamente aceptadas por los padres, principalmente los colegios, ya que suponen que la educación podría “someter los instintos primarios al gobierno de la razón. Llevar a un niño a la escuela, es por tanto, sustraerle a la naturaleza” (Ariès y Duby, 1992, p. 325). La escuela prepara al niño para el mundo adulto, y se convierte así en un importante factor de separación entre el adulto y el niño (Ariès, 1987). Sin embargo, esta nueva institución para los niños fue acompañada con métodos de educación muy severos. En realidad, en esos tiempos, se observan dos tendencias, que tal vez persistan hasta nuestros días. Por un lado, algunos padres “demasiado apasionados por sus hijos, que se deslumbran con este “nuevo niño”, a quien lo consideran más despierto y más maduro, dando más importancia a la afectividad. Y por el otro, los moralistas, que denuncian que la complacencia con la que los padres y las madres educan a sus hijos, puede degenerar fácilmente en indulgencia excesiva (Locke, p. 49), siendo el mimo, entonces la causa de sus debilidades. Este modelo de infancia fue acompañado de disposiciones jurídicas que respondían a las preocupaciones de naturaleza pública, disposiciones que constituyeron las bases de la política de protección a la infancia, con intervención del Estado en cuestiones sociales y demográficas. 
Linea de tiempo 



LA NIÑEZ EN ARGENTINA 


Aun que los primeros aportes sobre la historia de la infancia fueron realizados por autores europeos, siguiendo matrices de la historia de sus respectivos países, como sostiene CARLI 2006, en la actualidad hay numerosos estudios sobre el tema realizados por autores argentinos, por ejemplo PUIGGROS 1992 y CARLI 1992,1994, 2006 que aportan información relevante sobre la infancia y la niñez en nuestro país.
Giberti quien rastrea el concepto de infancia en argentina señala que pensar la niñez desde la perspectiva de un continente con matrices culturales andinas, precolombinas  y coloniales, siguiere buscar una lógica inclusiva que haga lugar a las diferencias entre diversos continentes.
Entre 1919 y 1930, los cambios en el estado se reflejan también en las practicas hacia la infancia a partir de la modernización pedagógica, el surgimiento del discurso de la minoridad y la institucionalizacion del menor no escolarizado. La preocupación por los niños abandonado dio lugar en 1933, a que la primera conferencia nacional se ocupara del tema y  propusiera proyectos de vanguardia que, sin  embargo, no fueron llevados a la practica.
Posteriormente el peronismo resignifico la infancia como  objetivo de estado y el lema "los niños son los privilegiados" reflejo una política hegemónica  en esos años: todos los niños, sin distinción, son privilegiados.
En contraste, hoy en día se registra una clausura de ese tipo de discurso universalista, característico del estado de bienestar, y se tilda a los niños pobre de "carenciados" y "usurpadores", cuando no de "delincuentes juveniles".
Una característica común a todas las conceptualizaciones de la niñez es su condición de sujetos pasivos en la historia social. Su participación activa en la sociedad civil en tanto sujetos de derechos cuya palabra debe ser respetada surge recién a partir de la sanción de la convención de los derechos del niño que, pese a haber sido convertida en ley nacional en 1990, no ha supuesto aun un cambio sustancial de esta situación.

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LA NIÑEZ EN LA ACTUALIDAD 


En los actuales escenarios de la globalización, los paradigmas que definían a la niñez se transforman nuevamente, principalmente aquellas representaciones vinculadas a la obediencia de los más pequeños y la práctica de la autoridad por parte de los mayores, a los ideales a cumplir y al tipo de lazo que establecen con el otro. Debido a la actual fragilidad de las normas y de la autoridad (no sólo a nivel microsocial, sino también en lo que respecta a lo macrosocial), los niños desarrollan nuevos comportamientos, que siguen, al decir de Giberti (1997), una “legalidad transgresiva” .

Los comportamientos basados ente tipo de legalidad conllevan asimismo nuevos estilos de convivencia con los adultos, con el entorno y entre niños y niñas. La lógica formal y el deber-ser heredado de kant, propios del modernismo, están fuertemente cuestionados, impactando más en la subjetividad el deber-tener, que el tradicional deber-ser. La lógica del consumo y del mercado es a la que los niños de hoy deben entrenarse. Si bien la niñez, como sujeto de la historia, aprendió a crecer en el estricto cumplimiento de las normas, quienes actualmente produzcan esa índole de obediencias, probablemente sean evaluados como poco inteligentes (Giberti, 1997), “nerds” y hasta “losers”. Términos, por su parte, que dan cuenta de los efectos de la globalización en el lenguaje. Por otra parte, el mundo cultural y social de estos niños está impregnado por una fuerte estimulación visual y auditiva que, muchas veces, dificulta las construcciones simbólicas, a partir de la invasión de la televisión, de la Internet y de los juegos por computadora (Vasen, 2000; Levin, 2006). Las escenas excesivamente brutales o demasiado erotizadas que reciben pasivamente desde las pantallas exceden a veces la posibilidad de ser elaboradas psíquicamente, de tal manera que en algunos chicos puede surgir una sensación de vértigo. Sin embargo, es la ausencia del otro que abandona al niño al exceso de la pantalla, en tanto el adulto reproduce la lógica del mercado ofreciendo al hijo a la herencia del goce autoerótico que el padre mismo toma del objeto. “Para vos la play station, para mi el plasma” dirá el padre, “y de hablar… ni hablemos”.
La intrusión de la imagen virtual, que convierte en consumidores, cuando no “cómplice” a niños y niñas, constituye un fenómeno nuevo en nuestra cultura, siendo las respuestas de los chicos también novedosas y a veces hasta psicopatológicas (Giberti, 1997; Vasen, 2000). En lugar de depender de las pautas que años atrás brindaban las instituciones de referencia (escuelas, colegios, iglesia, clubes), ahora se someten a las indicaciones emitidas por la televisión o la Internet. Ordenes que desautorizan el universo simbólico de lo posible o lo desproveen del mismo, evidenciando una clara preponderancia del mundo de la imagen sobre el lenguaje escrito y conceptual. Surgen nuevas modelos de infancias a partir de la influencia de los mass-media en un mundo de consumo que plantea y somete a nuevas reglas, donde la instrucción puede estar, no ya en la familia ni en la escuela, sino en un cyber, en un McDonald´s, en el shopping, en las estaciones de trenes o en los semáforos (Duek, 2006). El proceso de creciente mercantilización de los bienes y servicios para la infancia (Lasch, 1979), denominado por algunos como macdonalización de la sociedad, surge como una nueva racionalidad económica (Ritzer, 1996) y genera la circulación de un nuevo tipo de signos polémicos, debido al interjuego de deseos, necesidades y afectos que produce en el consumo infantil. Mercantilización y consumos que, por su parte, van delineando nuevas identidades, a la vez que producen el debilitamiento de los espacios públicos (escuela, familia, clubes). Las identidades infantiles sufren, con esto, un proceso de homogeneización y, a la vez, heterogeneización sociocultural. Si bien son muchos son los signos de uniformización de la cultura infantil como resultado de la globalización, la creciente desigualdad social genera una mayor distancia entre las formas de vida infantil. La vida de los niños en countries y la vida de los niños de la calle constituyen un ejemplo de estos procesos que determinan subjetividades diferentes. Hoy resulta cada vez más difícil sostener los viejos significantes que acompañaban a los niños de la modernidad: obedientes, dependientes, heterónomos, inocentes, dóciles (Corea y Lewkowicz, 1999). En este sentido, Narodowski (1999) plantea que las nuevas estructuras posmodernas provocan la “fuga” de la infancia, generando nuevas identidades infantiles, quizás todavía no del todo precisadas. Fuga, que según Narodowski, será hacia dos polos: la infancia hiperrealizada y la infancia desrealizada (Narodowski 1999; 2004). La infancia hiperrealizada sería aquella procesada a los ritmos vertiginosos de la cultura de las nuevas tecnologías y los nuevos medios masivos de comunicación, lo que la conduce a comprender y manejar mejor las tecnologías dado que crece en ellas, se realiza en ellas. Son niños y niñas que no requieren de los adultos para acceder a la información. Es la infancia enchufada. En el otro polo plantea la infancia desrealizada, independiente, autónoma, que construye sus propios códigos alrededor del aquí y del ahora, alrededor de las calles que los albergan y de los “trabajos” que los mantienen vivos. No despiertan en los mayores un sentimiento de ternura y cuidado. Es una infancia desenchufada, pero de la escuela y de la familia, que no logran retenerlos y cuando lo logran, no sabe muy bien qué hacer con ellos. Así, y a modo de conclusión, si bien en la modernidad surgió el sentimiento que hoy conocemos hacia la infancia, la actualidad va definiendo nuevos estilos de ser niño, nuevos espacios de socialización y nuevos modos de vincularse con el otro. Entre los chicos de la calle y los chicos de los countries, entre los niños hiperrealizados y los desrealizados, entre los niños consumidores y los excluidos, entre los niños escolarizados o no pasa gran parte de las infancias, que construyen día a día aquellos sentidos de existencia. 




Nuestra época está decididamente marcada por la llamada revolución informática, la caída del ideal de “progreso”, y una particular desvalorización del esfuerzo como ideal y meta del aprendizaje. Tampoco se puede ya afirmar que el niño sea completamente inocente, carente de sexualidad, dócil o maleable: más bien se resiste a ser considerado como un “vacío a llenar por contenidos adultos”. La categorización de frágil e indefenso, como su inimputabilidad, está siendo hoy objeto de revisión desde todos los frentes. El niño-héroe típico de los filmes contemporáneos no es el niño obediente que sostiene los ideales abandonados por adultos malvados como en El Pibe, de Chaplín (1921); sino que se libera de las ataduras que le pretende imponer la sociedad “tradicional”, como en Mi pobre Angelito de Columbus (1990). Las prácticas y los juegos predilectos de los niños actuales, más allá de cualquier indicación del adulto, son conectivos y no asociativos. Las promociones publicitadas de esos juegos llegan directo a ellos, eludiendo los filtros que antes imponían las instituciones. La división por edades que sancionaban qué es permitido, qué no y a qué edad; tampoco rige como antes: prevalece ahora la idea de que hay una edad privilegiada para todos: la del joven adolescente.





Una razón crucial de todo esto es que la familia actual es atravesada desde todos sus frentes por los massmedia, aliados al impresionante desarrollo de la tecnología informática. Éstos ocupan las vacantes que van dejando las instituciones que solían dirigir la educación y la crianza, hoy caducas. La escuela tradicional, de recursos obsoletos, no logra competir con lo que “ofrecen” los medios; su enseñanza -que sigue siendo clásica- es tremendamente aburrida para el niño contemporáneo. Esto suele alterar la “capacidad de atender” lo monótono, lineal y cronológico remanente de la pedagogía moderna. Lo cual genera dificultades a la implementación de los sistemas educativos clásicos, y ha contribuido a inaugurar “el ADD”, un novedoso casillero diagnóstico.




Es como si se supiera que el desafío actual para conformar al eslabón “niño” en la cadena que mencioné más arriba, consiste mucho más en prepararse para enfrentar un futuro incierto, líquido, novedoso y variable; que de confirmar un pasado sólido en el que se consolide el supuesto “ser” de cada quién. Ser que -de existir- ya casi no entra en consideración. Por ello, por ejemplo, los juguetes que otrora miniaturizaban un pasado estable, hoy anticipan un futuro que no cesa de mostrarse cambiante, transformándose en obsoleto en pocos años.




Aún así, el discurso infantil que posiciona a los niños suponiendo en sus padres las respuestas a sus interrogantes, se sigue sosteniendo, aunque los padres ya no sean los detentores de todo el saber y se muestran pronto anticuados (son los niños los que suelen enseñar a los adultos “cómo son en verdad las cosas” dominadas por esa tecnología). De todas formas, los niños siguen siendo niños: juegan creativamente aunque accedan con extraordinaria presteza, precisión e inventiva las herramientas conectivas, e incorporen como siempre lo han hecho con gran habilidad las coordenadas del medio que habitan. Pero, llegado el caso, también juegan con objetos mucho más simples, como siempre jugaron los niños.




Tres características cruciales de la denominada web 2.0 (el formato de Internet 2007), manifiestan con claridad el dramático cambio entre las producciones modernas incluso la de sus héroes solitarios más emulados y las de la realidad informática actual:


  • El crecimiento, la efectividad y el mejoramiento de sus productos es función homogénea y creciente del número de sus participantes que interactúan en las novedosas redes sociales informáticas (las páginas wiki, los blogs, Myspace, fotologs, You Tube) y en la popular y expandida invasión de graffitis callejeros; 
  • Una suerte de requerimiento ya implícito desde el origen de una producción informática, es la obsolitud preanunciada de la misma; y, por último, 
  • Se presenta hoy la posibilidad de vivir múltiples realidades no contradictorias sino superpuestas que los medios y ofrecen (second life, el chat, etc.) y que facilitan y/o promueven el “ser otro”. Esto último ya se venía anunciando a través de los juegos que cunden entre los niños de hoy con “transformaciones” (el personaje se transforma en otro, como Ben 10, Pockémones, Ranma ½) en lugar de “disfraces” (el personaje es siempre el mismo, pero se disfraza de otro, como Batman, El Zorro, Superman).





Autora: Anahi Lance 2do de psicologia